Adopcionismo

El adopcionismo surgió durante el cristianismo primitivo. Había al menos dos concepciones más o menos similares (no necesariamente excluyentes la una de la otra) de las cuales puede emanar esta idea:

  1. En el pensamiento judío, el mesías es un ser humano elegido por Dios para llevar a cabo su obra espectacular: tomar a los hebreos (un pueblo hasta entonces derrotado una y mil veces por enemigos demasiado poderosos) y elevarlos por sobre todas las naciones en una espectacular inversión de la historia. En este sentido, el mesías no es Hijo de Dios.
  2. En la tradición griega existían héroes elevados a la condición divina después de extraordinarias proezas o hazañas, por medio de la apoteosis. El más importante ejemplo de esto es Heracles, que después de haber sido quemado en una pira es tomado por su padre Zeus para gobernar a su lado. Debido al predominio del Imperio Romano, cuya orientación cultural era predominantemente griega, en la época de los primeros cristianos es altamente probable que este ejemplo estuviera a su alcance, a la manera de una historia popular.


Teodoto de Bizancio

Doctrina según la cual Jesús era un simple ser humano, elevado a una dignidad similar a la de Dios luego de su muerte.
Afirmaba que Jesucristo era hijo de Dios solo por adopción y no por naturaleza: el adopcionismo negaba la divinidad de Jesucristo.

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Arrianismo

Arrio, sacerdote de Alejandría, sostuvo, hacia el año 320, que Jesús no era propiamente Dios, sino la primera criatura creada por el Padre, con la misión de colaborar con Él en la obra de la creación y al que, por sus méritos, elevó al rango de Hijo suyo; por lo mismo, si con respecto a nosotros Cristo puede ser considerado como Dios, no sucede lo mismo con respecto al Padre puesto que su naturaleza no es igual ni consustancial con la naturaleza del Padre. Esta herejía se difundió como la pólvora y ganó pronto a un prelado ambicioso de la corte de Constantino, Eusebio de Nicomedia, que llegó a convertirse en el verdadero jefe militante del partido de los arrianos; también simpatizó con Arrio el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea. Arrio abandonó Alejandría el año 312 y se fue a propagar su herejía al Asia Menor y a Siria. El año 325 Constantino, preocupado por la difusión de la herejía y por las luchas internas que, a causa de ella, dividían a los católicos, convocó en Nicea el I Concilio Ecuménico, el cual condenó a Arrio y a sus secuaces, afirmando en el Símbolo llamado Niceno: "Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas, visibles e invisibles. Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado sólo por el Padre, o sea, de la misma sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho en el cielo y en la tierra, que por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre".

Sacerdote libio. Discípulo de Luciano de Antioquía, su doctrina acerca de la Trinidad propugnaba que el Hijo no es igual al Padre, que no es de su misma naturaleza y no participa de su eternidad. Su doctrina, conocida como arrianismo, relegaba a Jesucristo al rango de figura secundaria y subordinada, lo que le valió, tras violentas polémicas religiosas y políticas, la condena de los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381). Su muerte impidió que llegara a reconciliarse con la Iglesia, tras aceptar una fórmula de compromiso. El arrianismo se extendió con un éxito considerable entre algunas de las tribus germánicas, en especial los godos, gracias a la labor evangelizadora llevada a cabo por Ulfilas.

  1. Arrio: es ordenado presbítero por el obispo Aquiles de Alejandría, sucesor de Pedro, quien fuera martirizado en el 311.

  2. Eusebio de Nicomedia

  3. Constantino: A la muerte de Constantino, su hijo Constancio (337-361) apoyó al arrianismo, que terminó introduciéndose en casi todo el ejército y en los numerosos bárbaros que vivían en el Imperio y que lo llevarían luego a occidente.

  4. Constancio: A la muerte de Constancio en 361, el arrianismo se quedó sin su protector, y poco a poco fue prohibido en todo el Imperio, bajo la guerra declarada de los Padres de la Iglesia, los capadocios San Basilio y San Gregorio Nacianceno.


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Docetismo

Una de las primeras herejías. Niega sobre todo la humanidad verdadera del Jesucristo.Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios. El docetismo del griego dokein (parecer) interpretó la encarnación del Verbo como una mera apariencia. Según ellos, Cristo solo parecía humano. Su cuerpo no sería un cuerpo real sino una apariencia de cuerpo. Ésta creencia brota de una concepción negativa de la carne y de todo el mundo material propia del gnosticismo del cual proviene esta herejía.

En efecto, los gnóstico oponían el espíritu, al que consideraban como un principio bueno y puro, a la materia, a la que consideraban como su opuesto. Según esto, el proceso de redención del hombre consistía en una progresiva purificación de todo lo que fuera materia con el fin de hacerse espíritu puro. Así, el Verbo no se podía rebajarse haciéndose verdaderamente carne o materia.

Esta herejía borra a Jesucristo como una figura histórica y como al hijo carnal del Padre y en consecuencia, derrumba el sacrificio redentor del Mesías, doctrina que, en caso de haber sido aceptada, habría abolido al mismo Cristo como figura central del Cristianismo. San Ignacio de Antioquía niega a los fieles de Esmirna que "Jesucristo hubiera verdaderamente salido de la estirpe de David, según la carne... que hubiera nacido verdaderamente de una virgen... que verdaderamente hubiera sido traspasada por clavos su carne", que "la Eucaristía sea la carne de Cristo, la carne que ha sufrido por nuestros pecados, la carne que el padre, en su bondad, ha resucitado". Es fácil deducir las enormes y desastrosas consecuencias que esta doctrina habría ocasionado en la naciente Iglesia, de ahí que el cristianismo promoviera en oposición al ideal grecolatino que "El cuerpo es el templo del espíritu".

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Ebionismo

A fines del siglo primero ya hubo algunos herejes judaizantes, Cerinto y los ebionistas (del hebreo pobres, también llamados "nazarenos" a causa de su ideal de vida pobre), que tomando como base un rígido monoteísmo unipersonal, negaron la divinidad de Cristo. Utilizaban un evangelio especial, llamado "evangelio de los hebreos", sobre cuya identidad precisa discuten en la actualidad los estudiosos.

La doctrina de los ebionistas (pobres que empobrecían la figura de Cristo), afirmaba que Cristo no es Dios, sino un simple hombre; las corrientes más moderadas, en cambio, admitían también su origen divino. Característica de esta secta era una antipatía hacia San Pablo, considerado traidor al hebraísmo; cosa natural en ellos pues San Pablo había proclamado la ineficacia de la ley mosaica más abiertamente que todos los demás apóstoles. La doctrina de los ebionistas sufrió muy pronto, influencias de otras doctrinas heréticas, que confluyeron sobre ella y le aportaron modificaciones substanciales, de modo especial el "gnosticismo".

Además, en su doctrina acerca de Cristo aceptaba también ideas propias de los docetas, término que deriva del verbo griego dokein, que significa parecer, afirmando que Jesús era simple hombre; cuando recibió el bautismo de Juan, había descendido sobre El, según esta teoría, una Virtud Divina, llamada precisamente Cristo, que le confirió la extraordinaria facultad de poder realizar milagros. Esta virtud abandonó a Jesús justamente en el momento de su Pasión y muerte.

Los ebionitas se extendien desde Persia hasta Siria.

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